miércoles, 18 de agosto de 2010

The Sagas. Humes II

La lluvia no había dejado de inundar las calles en los últimos 3 días. El continuo repiqueteo de las gotas en la ventana empezaba a ser molesto incluso para una mente calmada como la de Humes. La pequeña mesilla de madera del comedor estaba enterrada bajo papel: carpetas y carpetas de un anodino color amarillento cubrían cada centímetro de su superficie, mientras el detective leía algunos de ellos sentado al extremo del sofá, descalzo y con los pantalones del traje del trabajo aún puestos. Una camiseta interior sudada cubría su torso. Revisaba los informes de casos similares que se habían dado en la zona... hasta la fecha, 2 asesinos en serie habían estado operativos y sido capturados en el distrito 17, infame ya de por sí por su índice de criminalidad. Desde que Humes había ascendido a inspector, la tasa de casos resueltos había subido un 5% por año, y por ello había muchos ojos puestos en él... ¿Admiración? no, envidia. Un caso de asesinato en serie acaba con la carrera de cualquier detective, y eso lo sabían los peces gordos del departamento, que miraban con recelo los buenos ojos con que el comisario empezaba a mirar a Humes. < Por eso dejaron que llegara él primero al maldito edificio abandonado donde habían encontrado el cadáver... Querían que me dieran el caso a mi, qué hijo de puta > Pensó Humes entre murmullos, mientras crujía sus cervicales mirando hacia el techo.
Estaba pensando en Redd, el putísimo Capitán Redd. Ese maldito uniformado venido a más que nunca había aceptado que alguien tan joven fuese ascendido, ni aún habiendo superado su tasa de detenciones con creces, ni siquiera siendo un brillante patrullero condecorado. Redd era un animal político, una serpiente de cascabel disfrazada de cordero solo en las partes que miraban hacia arriba. Todos sabían que era una víbora traicionera y que solo hablaba para escupir veneno a los oídos de quien le escuchaba. Y qué zalamero era, el hijo de puta, sabía cómo hacer que el hombre más frío creyera que estaba de su parte, y mientras éste le hacía el trabajo sucio pensando que hacía un servicio inestimable a su comunidad, Redd se enriquecía en posición y vampirizaba la carrera de los que habían aceptado trabajar para él. Para ello se servía de la adulación para los vanidosos, del chantaje para los honrados y del soborno para los que eran como él. Algún día sería un buen alcalde, eso seguro.

Los informes de los asesinos en serie databan de hacía algunos años, un tal Gray que mataba a mujeres y luego se divertía con sus cadáveres, todas de entre 17 y 24 años, pelirrojas, de buen ver. Luego, las vestía de princesas y las dejaba tumbadas y colocadas en losas de los cementerios colindantes, como si fuesen cenicientas o blancanieves a la espera de la pureza de un príncipe encantador o azul que, irónicamente, no había tenido lo que había que tener para protegerlas en su momento. Los maridos o novios de todas ellas eran alcohólicos o yonquis que, demasiado borrachos o colocados para ayudarlas, habían dejado al asesino llevárselas de su lado, en sus propias narices. < Buena lección para un fracasado, si no acabase con la muerte de esas pobres chicas... > Pensó Humes con tristeza.

Dos asesinatos en las últimas tres semanas, ambos cuyo asesino había sustituido los órganos por otros de barro, imitados a la pefección y pintados para que pareciesen auténticos. Trataba de encontrar la conexión con alguna historia bíblica, algo religioso. Sabía que los asesinos en serie se basaban, muchas veces, en sus conocimientos literarios o teológicos, incluso políticos. Todos se apoyaban en la racionalización descarnada, falta de sentimientos, de los asesinatos como una lección a la humanidad que los había dejado de lado, unos para tomar el control de una parte de sus vidas, otros para demostrar su superioridad intelectual... otros, los peores, simplemente por aburrimiento o diversión. Había extraído los informes de tres casos específicos de asesinato en serie que le habían impactado por la crueldad y exactitud quirúrjica con que habían sido perpetrados, uno de ellos era Gray, apodado "Secuestrador de Princesas", condenado a muerte. Otro, que había actuado durante una década en todo un condado sembrando el miedo en el corazón de sus habitantes: El Caso Mayfield: Ottis Mallow, apodado El Terrible Mayfield. Le habían llamado así porque preparaba a los niños que secuestraba para que los encontrasen los policías de modo que sonasen discos de Curtis Mayfield durante la operación. También condenado a muerte. Sólo uno de los asesinos en serie que investigaba seguía aún con vida: Ptolomeus Hobbes, declarado enfermo mental hacía unos cuatro años, cuando fue juzgado y transladado al psiquiátrico de Pleasant Bridge.

-Ptolomeus Hobbes, ¿Eh?... Puede ser interesante hacerle una visita - Dijo Humes para sí, antes de coger la camisa, la gabardina y salir por la puerta mientras se iba vistiendo por el camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario