lunes, 2 de septiembre de 2013

Dark Alleys. Part III.

Baños de Multitudes

Están esperando. Puede ver entre bambalinas los focos iluminando el escenario, con los telones guardando celosamente sus identidades. Hay agentes de policía en todo el recinto, correteando, de aquí para allá, organizándolo todo. En sus pálidas, delicadas manos, sostiene una caja, finamente labrada. Contiene el honor para los hombres que permanecen firmes ante el público del salón. Un hombre está dando una charla desde su atril, la reverberación del micrófono impacta en los tímpanos como un chorro de agua salada. Esas pálidas, delicadas manos acarician los tallados florales de la caja, mientras mira distraída como la gente se arremolina en torno a su figura. Uno se encarga de empolvarle la nariz y las mejillas, mientras otro le coloca el cuello de la camisa de un uniforme de gala que odia llevar. En realidad, odia profundamente estar aquí, dándole premios a hombres que se fueron a luchar a una guerra extranjera, dejando de lado su guerra. La Guerra. Pero es ella quien se responsabiliza de estos actos, le guste o no. 

En cosa de un minuto, dos a lo sumo, está radiante. Los labios pintados de carmín brillante, contrastan con sus ojos verde claro, y abre la caja para asegurarse de que todas las medallas están en su sitio. D.Brown. G.Clancy. E.Dallas. M.Porter. Cuatro valientes que recibirán su medalla al valor. ¿Qué hay de especial en ellos? Ella lo sabe. Estuvieron en el Bunker, en Bretaña. Con eso basta, por lo menos para echarles un vistazo. Según los informes, su distinguida actuación permitió a un nutrido número de prisioneros franceses huir de un largo y tortuoso cautiverio. Aunque se habla poco de lo que pasó allí dentro, ella tiene una idea aproximada. Sabe que hay cosas que escapan a la comprensión humana, y sabe que no sólo salieron estos cuatro hombres de allí. En la unidad del comandante Logan, dieciséis hombres entraron en ese bunker, y sólo seis salieron con vida de él. Se sabe poco de qué fue de los otros, no se encontraron sus cadáveres o, si los encontraron, eran imposibles de identificar... Gracias a las chapas de identificación se pudo poner nombre en las tumbas de los fallecidos. Ahora, sólo cuatro de ellos se presentan a recibir su condecoración. 

Una luz parpadea en rojo, es la señal para salir a escena. El hombre que estaba hablando, en impoluto traje de gala se acerca al telón y pronuncia su nombre, creando ese extraño efecto en su oido, que te hace escuchar naturalmente la voz salida de los pulmones de una persona, y a la vez la reverberación producida por los altavoces de un gran salón de actos. Esto hace que se le ericen los pelos de la nuca a la chica. Cuando se da cuenta, todos la están mirando, aguardando que empiece a caminar hacia el púlpito donde le esperan los galardonados. Sus tacones resuenan al golpear el suelo a su paso, y una multitud silenciosa observa su paseo por el escenario. Hay de todo, civiles, soldados, compañeros de los premiados, familiares, familias, personalidades, políticos y criminales, tan mezclados y juntos como si fuera un día normal. Hablando en voz baja como si fuera un día normal. Haciendo negocios como si fuera un día normal.

Le echa un vistazo rápido a los hombres que hoy recibirán la medalla al valor, por sus distinguidos servicios en la Gran Guerra. En ese púlpito solo ve cuatro figuras. Solemnes. El pecho del primer soldado es fuerte y robusto. Un afroamericano de Boston, que la mira como si ya la conociese de antes, con una sonrisa tan blanca que la deslumbra. Sigue siendo humano, sigue estando cuerdo. Es todo lo que le interesa. El "Gracias, señorita" pasa tan desapercibido en la marea de aplausos como el destello verde que emite su mirada al colisionar con los ojos del soldado.

-Enhorabuena, mr. Brown- tanto él como ella saben que esa felicitación no es por la medalla.

El segundo soldado es bajo, fuerte y silencioso. Sus ojos están perdidos más allá de aquella habitación, y un hilillo de baba perla su mejilla cuando la mujer clava la estrella en la solapa de su chaqueta. Con un movimiento rápido y sutil, saca del bolsillo de su chaqueta un pañuelo y limpia el honor del soldado antes de que alguien se de cuenta. Se coloca la falda a la vez, para crear una distracción y se gira hacia la multitud, con una sonrisa encantadora y divertida. La multitud responde con asentimientos y algunas risas, y estalla en un aplauso que borra la comicidad de la escena anterior. No se inmuta, es como si estuviera muerto. Lo han colocado aquí. Durante un instante, parece recuperar su humanidad, e incluso la mira fijamente, pero al instante siguiente vuelve a perder su mirada en algún horizonte lejano, murmullando algo que se pierde en el quedo susurro de sus labios. "G.Clancy" piensa "Este se ha perdido..."

-Señora- una voz cavernosa emerge de las profundidades de la garganta del tercer soldado, que hace un gesto leve, como si se agarrara un sombrero imaginario. Sonríe y expone su solapa, en la que ella clava la condecoración, que brilla como un espejo. El aplauso sumerge las palabras de ella en un mar de palmadas.

-Enhorabuena, mr. Dallas- susurra mirando al hombre a los ojos. Con un miedo irracional que no sentía desde su adolescencia, un miedo que contiene atracción, contiene seguridad. Un irrefrenable sentimiento de inferioridad destella, y ella lo aplaca al instante, recuperando la compostura y emitiendo una leve tos.

-Me siento honrado de volver a verla, señorita Blanchard.- responde él muy correctamente.

"Dos de tres..." piensa. "No ha ido tan mal, la cosa... esta gente es muy fuerte." Mientras sigue caminando en el incipiente silencio que se crea tras un fuerte aplauso, que hace que los oídos se sientan desnudos y desprotegidos, mira al ansioso último soldado que la espera unos metros más allá. Su mirada es feroz. Se mueve como si un titiritero lo estuviera haciendo bailar con suaves movimientos de sus manos. Tiene un tic que le hace cerrar un ojo de vez en cuando, aunque lo más aterrador del hombrecillo no son todas esas rarezas. Su rictus está contraído en una enigmática mueca de diversión, como si todo este circo le pareciera increíblemente divertido. Su uniforme está desaliñado, descolocado por el movimiento. La placa de identificación de su pecho pone su nombre: M. Porter. El hombre ríe cuando ella clava la estrella en su solapa, y la mira con los ojos muy abiertos mientras el público aplaude. Nada nunca la había hecho sentir tan incómoda, así que se aparta y se coloca cerca del estrado donde el hombre terminará de dar su discurso, quizá haciendo que los soldados digan unas palabras. Ella espera que no. 

En un momento dado, se acerca al telón, donde espera uno de sus hombres, trajeado y con sombrero.

-M. Porter ha encontrado a su bestia interior, El Bunker fue demasiado para él.

-¿Qué hacemos, señora?- contesta el hombre, colocándose el nudo de la corbata mientras mira a los lados.

-Fichadlo, lleváoslo al Forum.

-¿Terapia?

-No.

-De acuerdo. ¿Qué hacemos con los otros?

Katharine Blanchard desvia la mirada un segundo de su interlocutor, para observar largamente a los soldados que miran distraídamente a la multitud, ni siquiera con orgullo. Se toca la sien con las yemas de los dedos, haciendo círculos pequeños.

-Vigiladlos.