miércoles, 19 de agosto de 2015

Black Future



“Adam…” solía decir mi padre “Seattle no es el mejor sitio para tener un código…”

Mi padre. La maldita persona más honrada que había conocido jamás. Patrulló las calles del downtown desde que los incipientes pelos de sus huevos apenas asomaban. “Lone Star es un sitio tranquilo” decía “Trabajas lo que trabajas y te pagan por ello. A veces hay movida, pero dar un par de porrazos (o que te los den)… eso mantiene a un irlandés como tu padre vivo.”

Todo le fue bien hasta que olió el dinero sucio. No esque cogerlo le arruinara la vida. Fue el rechazarlo lo que lo hizo. Mi padre terminó su carrera de policía huyendo de los malditos cabrones a los que había cubierto el culo durante todos esos años. No le vi beber una gota de Scotch hasta que lo marginaron. Aunque no lo mató el alcohol, lo habría hecho, de no ser por los 600 gramos de .45 que acabaron alojadas en su pecho. Dejó a una amada esposa (Que no tardó mucho en volverse loca) y a un par de hijos que se tuvieron que buscar la vida en la Metroplex.

¿Que cómo empezó todo? Pues lo típico, repartes periódicos, por aquí, repartes comida a domicilio, por allá, mientras vas averiguando quién cojones abrió en canal el pecho de tu padre. Y cuando lo descubres… ¿Qué se supone que haces? Así es, pagas una deuda heredada y la multiplicas por los implicados. No fue un evento traumático, pero mi hermano acabó en silla de ruedas después de ese periplo. Joder, no es algo de lo que esté especialmente orgulloso, ¿vale? No es que tuviéramos dinero para implantar al pobre Hank, así que se tuvo que acostumbrar a la automoción.

Entre unas cosas y otras… a mis recién cumplidos 18 años acabé en la maldita Lone Star. Lo sé, no preguntes. No es que fuera la ilusión de mi vida trabajar en un nido de corruptos y de mierdas, pero yo no fui tan imbécil como lo fue mi padre como para rechazar el dinero sucio cuando mis manos alcanzaron a tocarlo. Cógelo, cállate, cómprate unos bonitos zapatos y sigue con tu maldita vida. El siguiente paso es matar el sentimiento de culpa con un par de tragos, hostia… no es que sea un puto genocidio, ¿verdad, chico?

No me costó mucho ascender a detective… a fin de cuentas, tenía algo de experiencia, y tampoco había una gran competitividad con los zoquetes que plagan esa plantilla. Me empezaron a llamar O’Reilly Jr. aunque mi padre no había pasado de patrullero, yo ya estaba en el departamento de homicidios, haciendo algo de trabajo policial de calidad. Obviamente, me quedaba grande, aunque teniendo en cuenta la dedicación que los otros inspectores tenían al trabajo, creo que no se dieron cuenta de que yo tampoco era una lumbrera, así que me dejé llevar por la corriente cobrando un buen sueldo y manteniendo mi boca cerrada.

¿Qué? ¿Ambición? ¿Estás de puta broma? La ambición es para los runners. ¿De qué te ries? Puto imbécil… Sí, ahora soy Runner. ¿Y qué? Hay cosas que se aprenden. Yo aprendí la ambición a los 25 años, cuando empecé a tener una racha. Al principio simplemente pensé que estaba teniendo buena suerte, pero mi intuición aumentaba cada vez que resolvía un caso y, bajo la mirada atenta de mis superiores, hice un año perfecto. Un 100% de los casos que cayeron en mis manos, resueltos. Como si un jodido Dios irlandés de la claridad me hubiera tocado con un tentáculo ¿sabes? Pero hacer las cosas bien tiene un problema en la Metroplex… trae problemas. Y problemas gordos.

Con gordo me refiero a los 190 KG de Troll a los que me llevaron las pistas que seguí en el último caso del que me ocupé en Lone Star. Kurt Mulligan no solo era gordo, era poderoso y un grandísimo hijo de la gran puta. No estaba preparado para acabar investigando a un directivo de Lone Star por tráfico de influencias y salir airoso, así que me la jugaron. Que es lo que van a hacer contigo como empieces a hacer bien tu trabajo, chico. Será mejor que cuides de no enseñarle el culo a los que te venden el papel higiénico. Todo aquél asunto terminó muy mal. Dos personas, cercanas a mi, forman parte del nuevo arrecife del lago Washington. ¿Qué arrecife? hum… hay uno bastante grande hecho de cadáveres ahí abajo, y no bromeo. Hecho de estatuas de carne con botas de cemento.

Ah… esa es una buena pregunta. Lo cierto es que no soy una persona excepcionalmente lista, u observadora. Sí, bueno, eso forma parte de mi leyenda, pero el “Smart” que te sueltan cuando te hablan de mi tiene más que ver con la brillantez de mi culo pelado que con la de mi mente. No me mal interpretes, ni en un millón de años te acercarás a la mitad de inteligencia que imprimo en cada caso que investigo… pero conozco a lumbreras que brillan más ¿Me entiendes, chaval? Bien. Como te digo no soy una persona excepcional, al menos no en el sentido común de la palabra “excepcional” Pero aquellos casos me resultaban tan ridículamente sencillos que me tuve que preguntar por qué, y me di cuenta de ello durante uno de los interrogatorios que hice investigando la escena de un crimen. El procedimiento, ¿entiendes? Buscas pruebas, preguntas a los vecinos… pues bien, cuando entras en la escena de un crimen y tu procedimiento pasa por preguntarle a la propia víctima qué cojones le ha pasado… te das cuenta de que no eres como los demás.

Sí, sí, me dejo de rodeos, joder, la verdad es que me lío hablando y… ya sabes, el hermetismo. Fue en ese momento, cuando me di cuenta de que inconscientemente estaba hablando con el espíritu de un tío al que habían apuñalado hacía como 6 horas, cuando me di cuenta de mis aptitudes… mágicas.

Hasta entonces no me había tomado las cosas muy en serio, pero tío… después de ese último caso… No pude evitarlo. Mira, no es que yo sea un sensiblero, pero no soy uno de esos mierdas capaces de mirar a otro lado mientras un hijo puta de dos metros le da una paliza a una prostituta que acaba de llegar a la ciudad. Bien, para los que manejan Lone Star, las prostitutas que acaban de llegar a la ciudad son TODO EL MUNDO. Y, si te soy sincero, uno acaba hasta las pelotas de que le traten como a una puta.

Aquél caso fue un poco complicado, no te voy a mentir. Un matrimonio joven, los Polliver, vinieron a denunciar el asesinato del hermano de uno de ellos. El chico no valía una mierda, se había metido en las bandas y iba por ahí con una chupa de cuero, media cabeza rapada y esa actitud de perdona vidas… sí, ya. Dan ganas de darle con un palo en la cabeza, ¿verdad? Bueno, pues alguien lo hizo. Lo hizo muy fuerte. Tanto que le incrustó la cabeza en el torso a ese pobre chaval. Lo acepté porque estaba ocioso, si les hubiera mandado a otro, lo hubieran archivado y no hubiera pasado nada, ¿entiendes? Algo hubo de destino en que me pillaran a mi en el turno, en la oficina (Por la que pasaba poco) y con ganas de ayudar. Ya sabes, estas cosas pasan. ¡Eh, Julia, ponnos otra copa!… sí, ya sabes, uno doble con hielo y otro sin. Gracias, guapa.

Bien, como te decía aquél fue mi último caso. Empecé sondeando a la banda del chico, tuve que dar un par de vueltas por los suburbios, untar algunos bolsillos, ya sabes, pero los chicos se habían volcado y estaban dispuestos a pagar cualquier gasto que tuviera. Les dije que no, que no era necesario, que Lone Star se ocupaba de eso, pero cuando insistieron cogí el dinero y cerré la boca, como había aprendido a hacer con tanta disciplina. No había muchas pistas, así que… bueno, leí un par de auras, lancé unas preguntas en la dirección correcta. Todo eso había sido orquestado, el asesinato del chaval era una tapadera, un engaño. Quiero decir, habían matado al chico, pero era para endosarle algunas cosas que se habían hecho desde el más puro anonimato. Fue un asesinato preventivo, y el chico, una simple cabeza de turco que se había metido inocentemente en el crimen corporativo.

¿No entiendes? Veamos, el chaval quería dar un gran golpe. Se puso en contacto con las personas equivocadas, esas personas utilizaron al chico para recabar información, cometieron sus delitos corporativos, asesinaron a algunos testigos de ciertos juicios que apuntaban en direcciones equivocadas pero que hubieran acabado por dar en el clavo si… bueno, ya sabes, si un detective competente se hubiera puesto a investigar… Así que organizaron un encuentro, alguien que no quería morir fue amenazado, el chico no sabía nada, así que fue allí, el contacto le atacó, le destrozó, y el chico murió matando. BAM, siete asesinatos sobre la cabeza de un muerto. jo, jo, jo, y la puta botella de ron.

El chico solo era un títere, un cabeza de turco, no tenía más importancia que implicarlo en todos los asesinatos que se habían cometido en las últimas dos semanas. Investigué a quién habían asignado los casos de los asesinatos que le habían endosado… y ahí estaba todo. Esa fue la parte fácil del caso, todos los policías que habían hecho fluir el dinero sucio por las manos de medio cuerpo de la Lone Star. Aquellos cuyo ratio de casos resueltos era una broma de mal gusto, y que sin embargo seguían ocupando las casillas del fondo del tablero, mientras el rey se enrocaba entre ellos y una torre, en un despacho muy alto. Todo apuntaba al Comisionado, el maldito troll. 190 Kg de carne metahumana corrupta. Kurt Mulligan

¿Qué hubiera hecho cualquiera con dos dedos de frente? Te lo diré, chaval, hubiera hecho lo lógico para no joderse la vida, archivar el caso, decirle a los Polliver que las pistas habían llevado a un punto muerto, que había sido un simple caso de pelea entre bandas, que cogieran a su pequeña y se fueran unos meses de vacaciones, a intentar superar el mal trago y que, por lo menos, nada les había pasado a ellos. Pero no. Smart Adam no. Lo que hice fue subirme a la torre esquivando a los peones, y entrar en el despacho dándole una patada a la puerta. Le dije que sabía lo que había hecho, y que le tenía cogido por las pelotas. Le dije que le iba a joder bien jodido y que el mejor cuadro que podía esperarse no era un bucólico paisaje pintado con luz, no. Era un puto cuadro impresionista pintado con sus pedazos esparcidos por el lienzo. Le apunté con una pistola a la cabeza y le miré a los ojos mientras, sin saberlo, me hundía hasta las caderas en el pozo de mierda más profundo en el que nunca esperarías meterte.

Salí de allí convencido de que había dejado claro mi mensaje, y me fui directamente a hablar con los Polliver. Cuando llegué a su casa estaba todo patas arriba. Lo único que encontré fueron mesas rotas, estanterías tumbadas y una niña de 5 años, con tal expresión de terror que ni siquiera me miró a la cara. Estaba escondida en un hueco que había en la pared entre dos habitaciones… “Su escondite secreto” Gracias al cielo. Obviamente detecté su presencia, la saqué de allí y me la llevé a un lugar seguro, que en este momento era mi casucha en un barrio periférico del Downtown, donde recibí la llamada que no quería recibir. Esperaba que los Polliver hubieran discutido y se hubieran ido a reconciliarse paseando por Everett, siendo tan malos padres como para dejar sola a su hija en casa. Pero no, aquella llamada me quitó los putos pájaros de la cabeza.

Ni siquiera había pisado la acera de la Metroplex y ya les habían llevado a un almacén abandonado en Fort Lewis, así que allí me dirigí, a una especie de astillero donde, antiguamente, se fabricaban buques de guerra para la UCAS. Allí no estaba quien me hubiera gustado que estuviese, claro. El Troll no se ensuciaba las manos con estas mierdas, y sin embargo estaban sus peones, ocupando las casillas que les correspondían.

Bien… aquello no fue precisamente agradable, baste decir que hubo muchos disparos, y un par de peleas. En cualquier peli de acción, un detective que se mete a un almacén, sale triunfante al amanecer, ayudando a caminar a sus pobres amigos secuestrados y traumatizados.

Lo único que vio el amanecer de aquél día fue 5 cuerpos tendidos en el suelo húmedo de un astillero abandonado, entre ellos el mío, y un matrimonio inocente ahogándose en el fondo del lago Washington delante de mis ojos mientras me desangraba.

“Que le jodan” pensé “Ningún sitio en este mundo es bueno para tener un código.”

Por suerte, este alfil se comió a todos los putos peones del tablero antes de que el mundo se volviera negro.

Más negro.

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