viernes, 12 de julio de 2013

Dark Alleys. Part II - Eric Dallas

Eric Dallas

Nunca fui del tipo amable. No, y tampoco del reflexivo. Crecí en un ambiente difícil. En los aldeaños del Boston de mi niñez, las cosas no eran fáciles. Ponte en mi piel. Tu padre sería un estibador, cansado de vivir. ¿Por qué? Un inmigrante, Irlandés, recién llegado y lleno de ilusión que se topa con un mundo diferente al que pensaba. De repente, llega a América y no basta sólo con tener ilusión, también hace falta tener seso... y huevos. Todas esas cosas le faltan a ese pobre chico, así que se mete a trabajar en un muelle de carga, porque su espalda es fuerte, y aunque presencia algunos motines por parte de los sindicatos, no se mete porque es un tipo simplón y pacífico.

Los días pasan, los meses y los años también, y el chico no se siente del todo en su sitio, pero su conformismo, de momento, le permite vivir en paz. Un día, conoce a una chica no mucho más inteligente que él en una cantina, a la salida de la jornada, una camarera encantadora y jovencísima, llamada Molly, o Sally, que le hace volver a sentirse un hombre.

Eso dura poco, porque en la cama no es difícil sentirse un hombre si te funciona todo bien. Lo difícil es sentirte un hombre cuando esa chica acaba metiéndose de lleno en tu vida, y no solo en tus sábanas. A ella le da igual, porque lo quiere con locura, pero en él empieza a crecer la semilla del peor cáncer para el cerebro de un hombre: La frustración. Molly, o Sally, intenta darle a entender que todo es perfecto, aunque ella gane un poco más de dinero que él, irían tirando, no habría problema. Él no está muy convencido pero apechuga, y sigue trabajando en el mismo sitio, demasiado pusilánime para intentar buscar algún trabajo mejor. Así que todo va bien hasta que un buen día, Sally - o Molly - se queda embarazada y todo es felicidad, porque por fin Sally y el hombre frustrado han creado algo positivo que dar al mundo. Han encontrado el amor y ha dado su fruto.

Pero para un hombre así, la frustración no desaparece con el amor, y busca soluciones. Soluciones que no encuentra en los fondos de todas esas botellas de cerveza, el único lugar donde se le ocurre buscar dada su falta de iniciativa. La maldita impotencia no es buena compañera del alcohol, y mucho menos de la borrachera de un hombre frustrado. Así que empiezan las discursiones a viva voz. El hombre intenta alcanzar la razón hundiendo la moral de Sally, y ella, que aún es joven, no da su brazo a torcer. Pero, poco a poco, todos los insultos, todas las descalificaciones, las humillaciones y las burlas hacen mella en la mente de cualquiera, y Molly se va volviendo cada vez más dócil, porque quiere a su marido, y porque va a tener a su hijo.

Con el tiempo, las discusiones no son suficientes para el hombre frustrado, no, así que decide dar un paso más y aleccionar a su mujer a golpes de vez en cuando. ¿Por qué no? Ya no está embarazada a fin de cuentas. Eso le enseñará. Ella ha llegado a ese punto. Le quiere tanto que piensa que merece lo que recibe, y aguanta con tesón los golpes que la van conduciendo a su destrucción. Obviamente, esto no pasa en una sola noche. Y obviamente, la golpeada no es sólo la estoica Sally, que sería en este caso tu madre, sino que tú recibes lo que eres capaz de aguantar para que ella no se lleve todo el peso de la maldita frustración.

Pasa durante meses y durante años, hasta que finalmente, el golpe que acaba con la vida de esa mujer no es ni más, ni menos que el último.

El golpe no sólo acaba con la vida de esa mujer, acaba con el amor de un corazón lleno de bondad. Acaba con tu cordura, y acaba con tu miedo. Acaba con una botella de cristal ensangrentada en tu mano, mi mano. Con un charco carmesí drenándose en las grietas del suelo de madera carcomida de un destartalado piso de los suburbios de Boston. Acaba con las vidas de tus dos padres en la misma noche, y con tus aceleradas zancadas bajando por la avenida hasta donde quiera que puedas esconderte.

Recuerdo más bien poco de aquellos años. No fui un chico abandonado y vagabundo, durante unos días, viví en la calle hasta que la policía me encontró acurrucado entre un par de mantas robadas, al amparo de algún callejón y cubierto de nieve. Nadie me acusó de nada, en ese tiempo, a eso lo llamabamos "Justicia Poética" y, aunque la gente y la policía, por supuesto, entendieron que yo había acuchillado a ese indeseable en el cuello, se sabía igualmente que Eli O'Donell era un maltratador consumado, y se sabía que había matado a su mujer de una paliza. Me fui a vivir con una hermana de mi padre, que se había casado con un abogado llamado Hurley. Hurley y Ellen Dallas, mis verdaderos padres. Así que adopté su apellido, mejor que no llevar ninguno.

Quizá por eso me hice policía. Me sorprendió el trato, el sentido de la justicia de esos hombres. Para mi eran gigantes, héroes que se encargaban de hacer el bien y de proteger a la gente. Cuán iluso era, y me di cuenta bien pronto. Los primeros años, fueron por entero esa lavada de cerebro a la que te acostumbran. << Proteger y Servir >> te dicen en la academia. Sales a la calle, atrapas a un par de ladronzuelos y te condecoran, te dan una palmadita en la espalda y te sonríen << Necesitamos a más tipos como tú en el cuerpo >> y tú, henchido de orgullo luces los colores.

Entonces te ascienden, y empiezas a darte cuenta de las cosas, porque con el tiempo entiendes cómo funcionan las cosas. Y te tienes que adaptar a esa mierda. Tú no quieres, pero tienes que hacerlo porque así funcionan las cosas. Ves como pasa dinero por las manos de algunos peces gordos, ves como ese dinero va a parar a manos de tu superior, y éste hace la vista gorda. Tú abres la boca la primera vez, si eres valiente, -y yo lo era, y mucho- una segunda, e incluso una tercera. << Relájate, chico, no lo entenderías >> Tú no te relajas y, por descontado, no lo entiendes, porque sigues viendo como esas cosas pasan, pero al final, como en tantas otras cosas, te acabas habituando, o eso dicen, porque a medida que se te hinchan las pelotas, y teniendo en cuenta las veces que esa gente pasa por alto los crímenes de otros, empiezas a pensar que estabas mejor atrapando ladronzuelos en los barrios del extrarradio que formando parte de la maldita maquinaria criminal de un puto Boston podrido que no conocías hasta ahora.

Así que, en un alarde de honestidad, o de falta de inteligencia, haces algo al respecto, y acabas disparándole a muchas personas. Muchas. Entre ellas, algunos representantes de la ley, otros, contrabandistas o asesinos. Todos criminales. Con uno o dos balazos nuevos en tu cuerpo, te condecoran con la medalla al mérito, te sonríen, te adulan. Te aclaman y, cuando piensas que te respetan, se acercan a tí y te sugieren que te retires. Entonces te das cuenta. Los que iban detrás de esos a los que has machacado son sus sucesores, y no quieren a alguien que les jorobe el negocio. Ese soy yo, así que me quieren quitar del medio.

Esque así funcionan las cosas, Dallas. Un buen amigo tuyo te lo dice también << Retírate, Eric, o esos cabrones irán a por tí >> Te dice << Solo te vas a poner de mierda hasta el cuello >> Pero tú te niegas. Sabes que puedes hacer algo para cambiar las cosas.

Cuando te das cuenta, tu buen amigo Ripley está acribillado a balazos en su cama, junto a su mujer y sus cuatro hijos. Tú estás en un barco de camino a la Gran Guerra, tragándote toda esa culpabilidad y diciéndote a ti mismo que mejor ir a europa a por el Káiser que liarte a tiros con la mayor parte de las altas esferas de tu ciudad.

Malditos hijos de puta.