martes, 31 de agosto de 2010

The Sagas. Looter II

De nuevo un sobre marrón sin marcas, sin letras. Los bombos de un "Little Weapon" de Lupe Fiasco acariciaban los tímpanos de Looter mientras abría el informe de su objetivo sentado en el sillón que, junto a un colchón sobrio, sin ningún tipo de cabecera y un destartalado escritorio vacío, formaban todo el mobiliario del piso franco. "La madriguera", solía llamarlo él mismo.

Amanda Gordon... veinte años, un metro setenta y nueve de estatura, raza caucásica, pelo negro, ojos verdes. Grupo sanguíneo AB+, bla, bla, bla... Toda esa información venía escrita. La foto le decía que aquella muchacha no era en absoluto frágil, su expresión era desafiante, sus ojos jade intenso trascendían la foto, su mirada era penetrante. No era el aspecto de quien ocupaba los informes amarillentos que solían caer en manos de Looter. Dirigió su mirada a la información general: estudiante de arqueología en su último año de carrera, hija de gente... moderadamente importante, se diría que sin problemas económicos de ningún tipo. Con ese informe en manos del Chico de la Calle, no importaba que tuvieras problemas de cualquier otra índole, lo único real y tangente que rodeaba la vida de quien Looter tenía en su punto de mira era la muerte. No esque le gustase, precisamente... Tampoco sentía ningún tipo de satisfacción sexual cuando cometía los trabajos encomendados, siempre limpia y diligentemente realizados, sin un cabo suelto, sin nada al azar. Era pura ética profesional, lo que había hecho desde que aprendió y lo único que le habían enseñado, aparte de a leer.

Colocó cuidadosamente su chaqueta de cuero marrón en la cama, quedándose en camiseta negra. La llevaba fuera del pantalón vaquero azul marino, prenda que remataban unas deportivas nike de ante, color marrón cuero, a juego con la chaqueta, con las costuras del color del pantalón. Del cuello le colgaba un collar de plata. Discreto, sin florituras, un toque de clase... Posiblemente, único recuerdo de su vida anterior. En su muñeca brillaba un reloj del mismo material que el collar, con la esfera de un color azul profundo y brillante. Marcaba la 1:29 de la madrugada. Extendió el informe en el escritorio. Como siempre, enroscó el silenciador en su semi-automática del 45 y la introdujo en el cajón del escritorio mientras revisaba algunos de los folios repletos de información acerca de su objetivo. Viviendas conocidas, antiguas y nuevas, sitios que solía frecuentar, gente importante para ella, aficiones, intereses. << Joder, están hasta sus putos gustos musicales >> Pensó mientras sonreía << Sonidos de la tierra, The Eagles... The Sonics y... ¿Missy Elliott? Me cago en la puta, esta tía no se aclara... >>

El repiqueteo de la lluvia en la destartalada ventana era prácticamente relajante, y para un oido fino como el de Loot no fue difícil distinguir los malditos ruidos en su cerradura. Incluso antes de que empezasen había oído los pasos. Abrió el cajón y empuñó el hierro, que empezaba a arder de impaciencia. Se descalzó allí mismo para minimizar el ruido de sus pisadas y se colocó en el lateral de la puerta, mirando en el trayecto por la mirilla. Dos desgraciados que iban a morir esa noche. Pobrecillos, no lo sabían aún, pero deberían haberse despedido de sus putas madres aquél día. Pero no sin antes averiguar quién cojones les había mandado a por él. En aquél edificio no había nada que robar como para que esos dos pudiesen ser ladrones, y la escopeta que empuñaba el que no estaba forzando la puerta le decía que no eran unos simples yonkis en busca de refugio. Ese edificio estaba completamente en ruinas, a excepción de esa habitación y ¿Qué coño? ¿Qué maldito vagabundo iba a llevar un kit de ganzúas para abrir puertas en silencio? Aquello estaba, obviamente orquestado y no era la primera vez que le pasaba. << Lo peor de estas situaciones >> Pensó agitado << Es deshacerse de los cuerpos después... y limpiar la sangre me pone de los nervios... >> Tomó una decisión, entró en la cocina y se metió un par de bolsas de plástico en el bolsillo, las de las pizzas congeladas que había comprado esa tarde servirían. Se volvió a colocar en el lateral y esperó a que se abriera la puerta bien pegado a la pared, con el cañón de la pistola en la trayectoria de entrada de los tipos.

La puerta se abrió cuidadosamente, al principio solo se veía una mano enguantada empujando el pomo, lo cual dejó paso a un brazo cubierto por una manga de cuero que a su vez fue seguido por un cuerpo cuyos hombros sujetaban una cabeza. Una cabeza con una cara que le miró a los ojos sorprendido antes de que Looter agarrara su cuello y lo propulsara contra la pared frontal de la puerta. La posición ligeramente fetal del desgraciado era perfecta para el movimiento, parecía que había nacido para estampar su nariz contra la pintura desconchada de la pared del pasillo. El otro entró a toda prisa apenas dándose cuenta de que su amigo había tropezado. Looter sintió vergüenza ajena por la torpeza de sus atacantes. Se interpuso entre el segundo desgraciado y la puerta, apuntando a su cabeza con un movimiento rápido. El sonido del supresor es agradable, indetectable. Esparció sus sesos por el exterior del piso, cuya salpicadura contra el suelo hizo más ruido que el propio disparo, manchando la puerta y el marco en el proceso. Sacó una de las bolsas que había cogido de la cocina e interceptó al recién nombrado cadáver antes de que cayera al suelo y lo pusiera todo perdido, cubrió su cabeza con la bolsa y la dejó caer suavemente en el pavimento.

El otro apenas se había recuperado del porrazo e intentaba levantarse del suelo empuñando lastimeramente un cuchillo. El chico de la calle sonrió y rememoró los tiempos en que los cuchillos eran una verdadera preocupación. Agarró el brazo del renqueante atacante y lo partió con facilidad por el codo haciendo palanca en la esquina del pequeño pasillo que hacía las veces de recibidor.

El grito de dolor fue espeluznante y muy desagradable. Loot había aprendido mucho con algunos amigos de Vincent, entre otras, una llave que consideraba vital a la hora de hacer prisioneros: La del sueño. Aplicó la fuerza necesaria a la tenaza braquial que dejó sin sentido al pobre diablo, que solo alcanzó a balbucear súplicas mientras intentaba abarcar a bocanadas un aire que no llegaba a sus pulmones hasta quedarse dormido.

Looter arrastró el cadáver hasta la parte exterior del apartamento y lo dejó escondido entre una pila de escombros que había en el edificio abandonado. Luego se ocuparía de eso. Cuando volvió al estudio observó con mirada crítica las manchas de sangre en la puerta y examinó las gotas que habían caído al suelo. << Podías haberlo hecho mejor, Loot, maldita sea... Ahora me tendré que pasar media hora limpiando esto  >> Volvió al salón y sentó al desafortunado superviviente en la única silla que había en la casa, le ató las manos con cinta americana y le tiró un cubo de agua encima.

-Hola, amigo... - Dijo Looter cuando éste abrió los ojos. - Ahora vamos a tener una pequeña charla... y cuando acabe, que acabará... quiero saber más de lo que sé ahora... ¿Queda claro?

Asintió con la cabeza y dijo que sí. Sus ojos decían: Ojalá hubiera muerto.

miércoles, 18 de agosto de 2010

The Sagas. Humes II

La lluvia no había dejado de inundar las calles en los últimos 3 días. El continuo repiqueteo de las gotas en la ventana empezaba a ser molesto incluso para una mente calmada como la de Humes. La pequeña mesilla de madera del comedor estaba enterrada bajo papel: carpetas y carpetas de un anodino color amarillento cubrían cada centímetro de su superficie, mientras el detective leía algunos de ellos sentado al extremo del sofá, descalzo y con los pantalones del traje del trabajo aún puestos. Una camiseta interior sudada cubría su torso. Revisaba los informes de casos similares que se habían dado en la zona... hasta la fecha, 2 asesinos en serie habían estado operativos y sido capturados en el distrito 17, infame ya de por sí por su índice de criminalidad. Desde que Humes había ascendido a inspector, la tasa de casos resueltos había subido un 5% por año, y por ello había muchos ojos puestos en él... ¿Admiración? no, envidia. Un caso de asesinato en serie acaba con la carrera de cualquier detective, y eso lo sabían los peces gordos del departamento, que miraban con recelo los buenos ojos con que el comisario empezaba a mirar a Humes. < Por eso dejaron que llegara él primero al maldito edificio abandonado donde habían encontrado el cadáver... Querían que me dieran el caso a mi, qué hijo de puta > Pensó Humes entre murmullos, mientras crujía sus cervicales mirando hacia el techo.
Estaba pensando en Redd, el putísimo Capitán Redd. Ese maldito uniformado venido a más que nunca había aceptado que alguien tan joven fuese ascendido, ni aún habiendo superado su tasa de detenciones con creces, ni siquiera siendo un brillante patrullero condecorado. Redd era un animal político, una serpiente de cascabel disfrazada de cordero solo en las partes que miraban hacia arriba. Todos sabían que era una víbora traicionera y que solo hablaba para escupir veneno a los oídos de quien le escuchaba. Y qué zalamero era, el hijo de puta, sabía cómo hacer que el hombre más frío creyera que estaba de su parte, y mientras éste le hacía el trabajo sucio pensando que hacía un servicio inestimable a su comunidad, Redd se enriquecía en posición y vampirizaba la carrera de los que habían aceptado trabajar para él. Para ello se servía de la adulación para los vanidosos, del chantaje para los honrados y del soborno para los que eran como él. Algún día sería un buen alcalde, eso seguro.

Los informes de los asesinos en serie databan de hacía algunos años, un tal Gray que mataba a mujeres y luego se divertía con sus cadáveres, todas de entre 17 y 24 años, pelirrojas, de buen ver. Luego, las vestía de princesas y las dejaba tumbadas y colocadas en losas de los cementerios colindantes, como si fuesen cenicientas o blancanieves a la espera de la pureza de un príncipe encantador o azul que, irónicamente, no había tenido lo que había que tener para protegerlas en su momento. Los maridos o novios de todas ellas eran alcohólicos o yonquis que, demasiado borrachos o colocados para ayudarlas, habían dejado al asesino llevárselas de su lado, en sus propias narices. < Buena lección para un fracasado, si no acabase con la muerte de esas pobres chicas... > Pensó Humes con tristeza.

Dos asesinatos en las últimas tres semanas, ambos cuyo asesino había sustituido los órganos por otros de barro, imitados a la pefección y pintados para que pareciesen auténticos. Trataba de encontrar la conexión con alguna historia bíblica, algo religioso. Sabía que los asesinos en serie se basaban, muchas veces, en sus conocimientos literarios o teológicos, incluso políticos. Todos se apoyaban en la racionalización descarnada, falta de sentimientos, de los asesinatos como una lección a la humanidad que los había dejado de lado, unos para tomar el control de una parte de sus vidas, otros para demostrar su superioridad intelectual... otros, los peores, simplemente por aburrimiento o diversión. Había extraído los informes de tres casos específicos de asesinato en serie que le habían impactado por la crueldad y exactitud quirúrjica con que habían sido perpetrados, uno de ellos era Gray, apodado "Secuestrador de Princesas", condenado a muerte. Otro, que había actuado durante una década en todo un condado sembrando el miedo en el corazón de sus habitantes: El Caso Mayfield: Ottis Mallow, apodado El Terrible Mayfield. Le habían llamado así porque preparaba a los niños que secuestraba para que los encontrasen los policías de modo que sonasen discos de Curtis Mayfield durante la operación. También condenado a muerte. Sólo uno de los asesinos en serie que investigaba seguía aún con vida: Ptolomeus Hobbes, declarado enfermo mental hacía unos cuatro años, cuando fue juzgado y transladado al psiquiátrico de Pleasant Bridge.

-Ptolomeus Hobbes, ¿Eh?... Puede ser interesante hacerle una visita - Dijo Humes para sí, antes de coger la camisa, la gabardina y salir por la puerta mientras se iba vistiendo por el camino.