viernes, 23 de julio de 2010

Lienzo.

El final acecha incansable, recostado sobre el frío acero. Las sinuosas curvas que sostienen su peso huyen desde el punto de fuga hasta la luz cegadora del sol, o el misterio de la noche lluviosa. Mira con acritud al abismo que se extiende bajo él, donde se amontonan quince cuerpos que aún no han visto su destino. Tan sólo como se siente un órgano que, habiendo sido creado artificialmente, pertenece a un cuerpo en el que nunca ha estado y que sólo podrá encontrar cuando a éste le sobrevenga el final. Pero ha sido creado para ello y a ello se debe. La espera es eterna, su momento se acerca cuando la cama metálica en la que reposa empieza a temblar levemente.

Se mueve el mundo a través del óculo por el que se vislumbra la realidad: Al otro lado de la calle se encuentra su cuerpo. Desde la oscuridad aún no se ha dado cuenta, pero la dulce caricia de la corredera y el suave golpe del percutor al ser accionado indican que todo está listo. El gatillo chirría levemente durante su paradójico recorrido a la inversa y se produce el sonido ensordecedor que empuja el hierro a través de la lluvia. La precisión es esencial, el chaparrón no restará más que un poco de velocidad y sin embargo ningún músculo humano será capaz de esquivarle. El taimado proyectil recorre la distancia entre su frío lecho y su cálido destino, mira a los ojos de su nuevo hogar antes de provocar el indudable final y, traspasando esa cáscara dura que pretende impedir su catarsis, se aloja entre la materia blanda y caliente que le transporta a su estado original, antes de que lo metieran en el molde y le diesen este último trabajo.

La bala vierte su beso mortal sobre su víctima y derrama la sangre que, como una metáfora, le recuerda al plomo fundido que dejó atrás y, lentamente, cierra los ojos sonriente, contento de haber cumplido su misión.

El final acecha impasible en el fondo del cañón de mi pistola. ¿Dudas? No, esa es su misión.

miércoles, 21 de julio de 2010

The Sagas. Amanda.

Me acerqué al coche donde sonaban aquellos golpes. Me sentía como en una película, de pronto todo se había vuelto sepia, había grano y ruido a mi al rededor y una extraña música que tan sólo yo podía oir comenzaba a sonar de fondo. No aparté la mano de aquella fría pared a medida que avanzaba, como si eso me mantuviese unido a la realidad, y la dura piedra me confiriese sus propiedades, quizá así no saldría mal parado.

Caminé lentamente en la misma dirección durante unos minutos que me parecieron lustros. La gravilla resonaba cada vez que mis deportivas entraban en contacto con el suelo, un "grrrsh" "grrsshh" que parecía que se escuchaba en toda la maldita ciudad. La cabeza me sudaba copiosamente bajo la gorra negra que llevaba puesta al revés. A pesar de que exhalaba vaho al respirar, tenía un calor que se hacía difícil de soportar.

Las alcantarillas humeaban y cada oscuro rincón me parecía amenazante, como si fuera a salir alguien de allí en cualquier momento, listo para callarme porque había visto demasiado. -Lo que has visto demasiado son películas, maldita sea- Pensé.

Llegué al coche abandonado en medio de aquél muelle solitario. El eco de mis pisadas era ensordecedor en medio de tan absoluto silencio, sólo roto por el extraño ruido que emitía el coche. "Pum"... "Pum"... "Pum, Pum"...

Pensé que quizá fuera mi corazón y que mi cerebro, sugestionado por la situación, me había llevado hasta aquella estúpida situación en la que John McClane estaría ya disparando a todo ser viviente que se moviera a su alrededor. Sam Spade estaría pensando algo absolutamente ingenioso (y pesimista, realista hasta niveles estratosféricos) con su magnífica voz en off... Yo no era un rudo héroe de película. ¿Qué haría si me encontrara algo realmente importante en ese coche? No tenía la resolución ni la iniciativa para empezar una investigación por mi cuenta como haría Axel Folley, ni tampoco una musculatura asombrosa que me permitiera salir de todo tipo de situaciones peligrosas como Acción Jackson. Solo era un tipo normal, tirando a escuchimiciado, sin ninguna característica física ni mental extraordinaria, que se estaba metiendo en un berengenal del que posiblemente, no saldría sin la cicatriz del mordisco de un maldito perro guardián.

Me sequé el sudor de la frente y miré hacia atrás, sólo había recorrido veinte metros tras escuchar el ruido y sudaba como si hubiera corrido un maratón.

Mis pies actuaron por sí solos y se acercaron hacia los cristales empañados del coche. Mis manos se movieron como las de un autómata y limpiaron el cristal de rocío y polvo. Miré al cielo, tras el puente de la autopista que cruzaba la parte superior del muelle. La luna era apenas una sombra escondida entre las nubes que, como unos rudos guardaespaldas, mantenían su mirada fija en el mundo, por lo que pudiera pasar.

Miré dentro del coche y vi algo moverse. Dí un salto hacia atrás y me aparté. Maldita sea. Aquello sí que no me lo esperaba, es decir, sí que me lo esperaba, pero no esperaba que mis expectativas fueran tan abrumadoramente acertadas. Abrí la puerta y allí estaba el comienzo de mi trepidante historia de huida y brutalidad. Atada de pies y manos, con una mordaza empapada en sangre seca, una mata de pelo azabache mojado y pegado a su piel y los ojos hinchados por los golpes.

Amanda.

jueves, 15 de julio de 2010

The Sagas. Looter.

Looter no era bondadoso... Ni siquiera era indiferente. Era malo, malvado, maligno, malintencionado. Era una mala pieza desde que nació. Nació solo, creció solo y moriría solo. ¿Qué importaba eso? Sus padres no habían tardado mucho en encontrar su muerte delante de un par de balas en uno de los oscuros callejones de El Vertedero, apenas 10 años desde que dieran a luz al niño que solo les había impedido pagar todas las drogas que hubieran deseado. Su repentina muerte no había entristecido al pequeño, que tuvo que vagabundear, robar y matar para llegar a la edad adulta, más bien lo había fortalecido. No había ido al colegio, pero había aprendido a leer en la comuna donde le habían dado de comer durante años. Era la única pasión que tenía: La literatura. La literatura y el trabajo.

Looter era muy trabajador. Mucho. Más que la mayoría. Cumplía sus contratos puntualmente y con la mayor pulcritud. Su jefe le pagaba por ello, y eso lo mantenía vivo. Le bastaba para mantener un apartamento en el centro del distrito financiero, modesto pero con buenas vistas. Suelos de parqué, una buena cocina y muebles modernos. Él no lo había decorado, había dejado que lo hiciera un gay decorador al que había encandilado antes de cargárselo en uno de los encargos. Vincent era quien le pagaba... el bueno de Vincent. En cualquier lugar de la ciudad podías oir hablar de Vincent. Que si una obra benéfica por aquí... Que si un ajuste de cuentas por allá... Blanqueo, malversación, especulación inmobiliaria... Todo lo que constaría en el currículum de un buen alcalde si éste saliera a la luz. Él movía los bajos fondos y las altas esferas, él cortaba la pana y repartía los trozos equitativamente entre los ciudadanos de SU ciudad. Los hombres de confianza de Vincent eran como Looter. No le interesaban idealistas, ni snobs. Chicos salidos de la calle, sin remordimientos, sin nada que perder y con mucho que ganar. Cómo se conocieron es otra historia.

Esa noche Looter estaba en un club tomando unas copas con la única compañía de la soledad, como siempre. Bebía a pequeños sorbos su martini seco, observando como la gente se movía a su alrededor. Otra de las cosas que le había dado el trabajo con Vincent era un reservado como en el que se encontraba en los locales de moda. Le gustaba sentarse en silencio y observar como se movía la gente en la noche. Lo que por el día eran autómatas, guiados por el ritmo de vida que La Ciudad había impuesto en la gente durante años, por la noche se convertía en algo misterioso... tribal. Los rituales se sucedían uno tras otro ante la atenta mirada de Looter. Los movimientos felinos de las leonas de caza, los enfrentamientos autoritarios entre machos alfa, La tímida aparición de machos más pequeños que se hacían valer del subterfugio para conseguir atrapar a su presa... La Jungla, vivían en una maldita jungla y entre aquél ambiente y la asfixiante atmósfera de los bosques tropicales no había prácticamente ninguna diferencia. El sonido de ambiente era la música, los edificios cubrían el cielo y había sillas en vez de raíces para sentarse.

Una chica rubia y bien parecida se sentó al lado de Looter en el reservado y se quedó mirándole a los ojos.

- ¿No me vas a invitar a nada, encanto?- le dijo la chica con una sonrisa que deslumbraba.

- No- respondío tajante el otro. Observó como la expresión de la chica pasaba a ser de incredulidad y finalmente, tomaba la decisión de levantarse e ir a buscar a otro que sí le pagase las copas.

Así terminaban todas las relaciones humanas del chico de la calle. No pasaba desapercibido, era incluso atractivo, sus labios gruesos podían, de vez en cuando, esbozar una bonita sonrisa, pero su carácter reservado y cortante era un trago que no muchos eran capaces de digerir.

Vibró el móvil de Looter que se iluminó en color púrpura encima de la mesa, moviéndose como poseído por un fantasma. Vincent, ponía la pantalla.

- Looter- Contestó éste mirando al rededor, cerciorándose de que no hubiera ningún curioso.

- Tienes trabajo, chico, preséntate en el sitio de siempre a las dos y media. Te hemos dejado el paquete con la información. - La voz de Vincent era profunda, con una gran personalidad, sus tonos eran agradables y su dicción, perfecta.

- Bien.

- Chico, prepárate bien, esta vez no es un trabajo cualquiera. Vas a pasar la historia

- Nací preparado.

- Así me gusta. - Colgó. << bip, bip, bip... >>

Looter escondió el móvil y lo introdujo en su cazadora marrón piel, movió la pistolera de forma que no le molestara y se colocó la lengüeta de las deportivas a juego con la chaqueta. Fue al baño y se miró en el espejo, abrió el grifo, se limpió la cara, las manos y se mojó el cuello. << Toca trabajar, Loot, vamos allá >>

Fuera del local encontró a los típicos borrachos a los que habían echado del local. Oyó al tradicional amigo de los negros, que se colgó de su cuello y expresó su amplitud de miras para con su gente. Malditos hipócritas que escudaban su racismo tras una máscara de comprensión y deferencia. A Looter le daban lástima. Si no hubiera tenido trabajo le hubiera volado la tapa de los sesos allí mismo, quizá pintando la calle de rojo y gris La Ciudad sería un poco más colorida.

Se montó en su Shelby Cobra del año 67 y condujo hasta el piso franco donde viviría las próximas semanas, y donde le esperaba el paquete con la información y los detalles de su próximo objetivo. La Ciudad vibraba por las noches, el aroma de la gasolina quemada, los problemas y la intranquilidad era embriagador. La luna iluminaba la parte alta de los edificios, pero se paraba en la frontera con las farolas que emitían una luz amarilla que ensombrecía mucho más la oscuridad donde no iluminaban. El ambiente perfecto para el crímen. Esquinas, Recodos, Agujeros y mucha, mucha, mucha gente.

La mayor virtud que puedes tener en El Vertedero es pasar desapercibido. El pequeño refrán que enseñó el párroco de la iglesia de St. Louise a Looter en su juventud se podía aplicar a toda La Ciudad. El asfalto y la piedra habían sido un lienzo perfecto para escribir su historia.

¿Qué mejor pincel que una pistola para ponerle tinta?

viernes, 9 de julio de 2010

The Sagas. Humes.

Salió del coche y maldijo su trabajo. No lo odiaba, pero la cortina de lluvia hacía replantearse su vida a cualquiera. Sacó una revista y la utilizó como paraguas en el trayecto desde el coche hasta el edificio acordonado, al llegar a la cinta enseñó la placa al policía apostado haciendo guardia.

- ¡No veo una mierda! - gritó éste para hacerse entender sobre el ruido que el aguacero producía, con la gorra calada y el poncho azul chorreando - ¿¡Quién cojones eres!?

- Detective Humes, joder, ¡Homicidios! ¡Vengo por el maldito cadáver!

- ¡Ah, pase, señor, el comisario le está esperando!

- ¿El comisario? - preguntó extrañado el detective Humes - ¿Qué diablos pinta ese puto chupatintas en esto?

- A mi no me pregunte, solo soy el fantoche uniformado que han puesto aquí para vigilar... ¿Y para vigilar qué, se preguntará?

- La verdad esque no. - respondió rápidamente Humes.

- ¡¡Ni una puta mierda!! - siguió el policía sin hacer caso del otro. - ¡¡Porque con esta lluvia ningún hijo puta por loco que estuviese vendría a meter las narices en esta mierda de edificio!!

Humes no respondió, solo se quedó mirando al uniformado, esperando que dejase de hablar y que se apartase. Éste, que se había dado cuenta de la indirecta levantó el cordón para permitir pasar al detective, que pasó ante la mirada airada del policía.

Una desvencijada puerta daba paso a un recibidor mugriento, con la típica conserjería de madera con cristales viejos, tan sucios que no se veía en su interior. El suelo a rombos verdes y blancos estaba lleno de polvo y solo se veían huellas que iban y venían. Las paredes estaban recubiertas de papel descorchado y arrancado, llenas de suciedad. El sitio olía a rancio. Pensó el detective, familiarizado ya con el aroma. Siguió las huellas por la escalera, que crujía bajo los zapatos baratos de Humes. Sus ojos recorrían el inmueble en busca de indicios. Todo asesinato deja rastros, sólo se necesitan unos ojos expertos que conozcan los sitios donde mirar. La escalera es el momento de la huida donde el asesino deja huellas en el pasamanos, o pierde algo de lo que llevaba en el bolsillo en la agitada bajada. En una ocasión, Humes encontró un cuchillo que había sido el arma de un delito en las escaleras. Al asesino se le había caído del bolsillo durante la huída y sus huellas se tomaron del mango. Caso cerrado. Pero en esta escalera no había nada, solo crujidos, polvo, condones usados y cucarachas muertas.

El comisario estaba esperando en la puerta del apartamento 79. Era un ser enjuto y arrugado, su cara rebosaba amargura. La barbilla pronunciada y ligeramente retraida le daban un aspecto de vejestorio que le venía muy bien a su puesto. Tenía la camisa amarilla mojada bajo los horteras tirantes que sujetaban el pantalón gris manchado de tomate. Debajo de las blancas y pobladas cejas del hombrecillo unos ojos verdes que en otro tiempo y en otro cuerpo hubieran sido bonitos miraban intensamente a Humes.

- ¡Maldita sea, Humes, creí que te había dicho que aparecieras rápido!

- Usted no me ha dicho una mierda, me ha llamado Peggy y no esperaba encontrarle aquí. De hecho me molesta. Espero que no haya metido las narices y no haya tocado nada ahí dentro... - Contestó el detective, malhumorado.

- ¡No me jodas, Humes, no me jodas!

- No me joda usted a mi. ¿Qué ha pasado, algún marido iracundo?

- No.

- ¿Una mujer celosa? ¿Niño psicópata?

- No.

- ¿Se han follado a su mujer y se ha cepillado usted mismo al listillo? No le pienso salvar de la cárcel... por mi com osi se pudre.

- No, gilipollas. Ven.

El comisario entró en la casa, preguntándose por qué aguantaba todas las impertinencias del maldito Humes. Lo cierto esque era uno de los mejores, pero a veces le daban ganas de arrancarle la nuez de un mordisco. Humes lo siguió sin decir nada, colocándose los guantes de latex. El suelo de madera chirriaba igual o más que la escalera. El olor era muy intenso, allí tenía que haber más de un cadáver.

- Mira esto y dime si no está justificado que te haya llamado para tocarte las pelotas...

Una mujer. Abierta y no precisamente de piernas. La parte de las costillas que tenía que aguantar el esternon tocaba el suelo. Por ambos lados. Y estaba boca arriba. Todos los órganos habían sido extraídos y sustituidos por... ¿otros órganos?

- Qué coj... - Humes se acercó al cadáver esquivando la sangre del suelo cuando se dio cuenta. La sangre que el cuerpo había derramado había sido dispuesta cuidadosamente a partir del charco central, formando dibujos concéntricos que recordaban a los tradicionales círculos de los campos de maíz, hechos por extraterrestres o por granjeros aburridos. Un exámen más detenido del interior del tórax de la víctima determinó lo que sorprendió aún más al ya de por sí poco impresionable detective.

Los órganos eran de barro.

- Joder, Dave... estás de mierda hasta el cuello. - Le dijo Humes al comisario, olvidando las formalidades.

- No, Kyle... Tú estás de mierda hasta el cuello. El caso es tuyo.